Crisis palaciega en Arabia Saudita: consecuencias del caso Khashoggi
- Ignacio Rullansky
- 5 nov 2018
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La profecía del príncipe Jalid bin Farhan al Saud, acerca de un inminente golpe de Estado contra Mohamed Bin Salman (MBS), parece ganar mayor asidero. Mohammed Bin Salman (MBS), el príncipe heredero saudí, se halla en una posición cada vez más comprometida a partir del escándalo del caso Khashoggi. Día a día, los medios reproducen detalles sobre el escabroso asesinato y traslado del cuerpo del columnista de Washington Post desde el consulado saudí en Turquía a Arabia Saudita, y los analistas señalan cómo la influencia del príncipe sobre la corte y a su vez, como líder hegemónico regional, disminuyen. Esto revela una crisis de representación y de legitimidad que hace peligrar su continuidad como pretendido gran reformador de Arabia Saudita.

La animosidad contra Khashoggi ya es conocida para todos: duro crítico de la monarquía saudí, se esperaba que el periodista escribiera sus memorias, publicando información peligrosa para MBS, quien se refirió a él como un "islamista peligroso" en una supuesta conversación telefónica con Jon Bolton, asesor de seguridad de Trump, y Jared Kushner, yerno del presidente estadounidense y responsable por la política hacia el Medio Oriente, pocos días después de la desaparición del columnista. La responsabilidad por lo sucedido toca a autoridades tanto saudíes como turcas, que participaron de su encubrimiento. El propio presidente turco, Recep Tayip Erdogan, rompió su silencio después de negociaciones con altas autoridades saudíes respecto a posibles arreglos económicos y modos de conducir la investigación de la muerte de Khashoggi, pero la publicidad global del hecho hizo que terminara publicando una columna en el Washington Post pidiendo a los "titiriteros" que orquestraron la muerte de Khashoggi a revelarse.
El discreto (carente de fotos) pero ruidoso retorno del príncipe Ahmad bin Abdulaziz, hermano del rey Salman, tío de MBS y uno de sus máximos rivales dentro de la Casa de al Saud, es una contundente señal de la erosión del prestigio y poder ejercido por el príncipe heredero. Después de una suerte de exilio en Londres, el príncipe Ahmad regresó al país a fines de octubre y, recibido como un héroe, ya se ha entrevistado con alto miembros de la casa real que se inclinan en su favor para desplazar a MBS. Una posible vía para hacerlo sería asumiendo el cargo vacante de presidente del consejo que, nominalmente, apunta o veta a los príncipes que podrían suceder al rey: de ejercer ese cargo, el príncipe Ahmad sería implacable contra MBS, quien podría optar por renunciar a aspirar a la sucesión y mantenerse en una segunda línea a cargo de la agenda económica del país.

El posible desplazamiento de MBS preocupa a los gobiernos de Estados Unidos, Israel y Estados del Consejo de Cooperación del Golfo, pues significaría necesariamente un reacomodamiento en las relaciones de fuerza en la región: por ejemplo, por parte de éstos últimos, que integran la coalición militar en Yemen liderada por Arabia Saudita (hoy, Trump criticó el accionar militar saudí lamentando el uso que le dan a armas producida en Estados Unidos), respecto al curso del conflicto. De por sí, la corona ha intentado compensar el deterioro de su imagen al recibir a la familia de Khashoggi y liberar a miembros de la familia real, detenidos en virtud de sus rivalidades con MBS, como por ejemplo, los príncipes Alawid Talal y Jalid bin Talal. No obstante, nada esto parece ser suficiente para evitar el posible colapso del liderazgo de MBS que, de ocurrir, implicaría que las transformaciones económicas impulsadas por él, la política exterior hacia Qatar (bloqueo económico y diplomático) y a Yemen (ocupación militar de regiones y ciudades; bombardeos periódicos a objetivos huti y población civil) y la normalización de las relaciones entre el Mundo Árabe e Israel, tendrían que ser realizadas, de continuar, bajo una conducción distinta.
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