La salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán: primeras repercusiones en la región.
- Ignacio Rullansky
- 10 may 2018
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 27 jun 2018

Crónica de una salida harto anunciada
Finalmente lo hizo. El Presidente estadounidense, Donald J. Trump, ha demostrado que cumple con sus promesas electorales, incluso, o muy especialmente, con aquellas relativas a su política exterior para el Medio Oriente. En esta ocasión, no se trata del traslado de la embajada norteamericana en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, que por cierto, no sólo es inminente sino que motivó a otros países a anunciar la apertura de sendas embajadas en la ciudad (como Guatemala y Paraguay). Hoy, en cambio, nos referimos al gesto de Estados Unidos de retirarse del acuerdo nuclear (Plan de Acuerdo Integral Conjunto o PAIC) celebrado junto al Reino Unido, Francia, Alemania Rusia y China (el G5+1) con Irán firmado en 2015.
Barack Obama, predecesor de Trump en la Casa Blanca, entabló conversaciones con el Ministerio de Asuntos Exteriores del gobierno del Presidente Hassan Rouhani, quien comprometiéndose a firmar dicho acuerdo aceptó, sintéticamente, limitar la investigación nuclear y la construcción de plantas y reactores (rediseñando por ejemplo, el de Arak, que contaba con suficiente plutonio y capacidad para ensayar una bomba atómica), reduciendo y limitando el enriquecimiento de uranio, eliminando cualquier programa de investigación secreto abocado a la producción de armas nucleares y recibiendo el monitoreo de inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). A cambio, Estados Unidos, la ONU y la Unión Europea levantaron sanciones que permitieron a Irán disponer de cuantiosas cifras congeladas en cuentas en el exterior como, asimismo, volver a exportar petróleo y retornar a los mercados bursátiles internacionales.

En pocas palabras, el PAIC permitió un inédito acercamiento entre las grandes potencias occidentales con la República Islámica de Iran, quebrando simbólica y efectivamente, aunque debamos considerarlo en una escala limitada, una retorica de aparentemente irreconciliable antagonismo. Alternativamente, el acuerdo ofreció la perspectiva de lograr una eventual y cada vez mayor transparencia en lo concerniente al desarrollo de armas nucleares en una región altamente conflictiva: sin ir más lejos, apuntó a contener la producción de una bomba atómica por parte de Irán a la vez que restableció el comercio entre este país y los mercados occidentales.
Antagonismos: de los discursos a la tensión entre Estados Unidos, Israel e Irán.
Para Trump, las condiciones del acuerdo no previenen a Estados Unidos y sus aliados, siquiera al pueblo iraní, de los riesgos de la producción de una bomba atómica, aduciendo, a pesar de lo que sostiene la OIEA al respecto, que el actual enriquecimiento de uranio de Irán le permitirá eventualmente desarrollar ese tipo de arma. En pocas palabras, Trump sostiene que a cambio de levantar las sanciones económicas se concedió un límite muy magro a la actividad nuclear iraní. Además, caracterizando a su gobierno como un régimen maligno, indicó que no puede confiarse en que su investigación nuclear persiga fines pacíficos pues responsabilizó a Irán de incrementar su presupuesto militar en un 40% desde entonces destacando su crisis económica interna a expensas de sus intervenciones militares en Siria y Yemen, entre otros terceros Estados; según Trump, un acuerdo más "constructivo" habría frenado esto. Desde el Tesoro de los Estados Unidos se transmitió inmediatamente que las sanciones que serían puestas en rigor nuevamente (se estima que en seis meses), afectarían a las empresas mencionadas en el acuerdo, por ejemplo, el sector financiero, el petrolero iraní, la exportación de tecnología aeronáutica.
Desde el comienzo, el acuerdo tuvo sus detractores, destacándose entre ellos el Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, quien en múltiples oportunidades manifestó su enérgico repudio solicitando a las grandes potencias pero, específicamente, al ex Presidente Obama y, ahora, a Trump, que Estados Unidos se retirase del PAIC. Esto lo hizo en los últimos días públicamente anunciando la obtención de material probatorio del incumplimiento del acuerdo por parte de Irán a partir de un operativo de inteligencia, como también fueron notorias sus intervenciones en las Asambleas Generales de las Naciones Unidas y también en el propio congreso norteamericano reiteradamente exhortando a rechazar el acuerdo. Si bien este no fue el único punto que en su momento produjo un serio desgaste en la relación entre Obama y Netanyahu, definitivamente fue uno de los grandes ejes de desacuerdos entre ambos mandatarios. El panorama cambió cuando Trump fue ungido Presidente: inversamente proporcional, la actual coincidencia respecto al “desastroso” acuerdo con Irán, “defectuoso hasta su núcleo”, es uno de los tantos puntos de concordancia con Netanyahu y también, con Arabia Saudita, Bahrein y Emiratos Árabes.

Aunque Netanyahu celebrara la salida de Estados Unidos del PAIC, lo cierto es que éste puede pensarse como un instrumento de algún modo vinculante entre Irán y la comunidad internacional en lo concerniente no sólo a la proliferación de armas nucleares, sino también, como herramienta disuasiva en lo que respecta a la seguridad regional. Es innegable que el apoyo militar iraní al régimen de Assad en Siria y el flujo de armas de Irán a Hezbolá durante los años del conflicto, sumado a los recientes hechos que exacerban la tensión entre Irán e Israel no comprueba que el acuerdo sea necesaria o plenamente un factor disuasivo, y aunque el gesto de Trump no es la única variable que explica el siguiente suceso que mencionaremos, sí constituye una condición de posibilidad insoslayable respecto al inédito intercambio de fuego que se dio esta semana entre Israel e Irán (su fuerza de élite, Quds) en la frontera del Golán.
El martes, la embajada norteamericana en Israel emitió un comunicado avisando a su personal no viajar al norte del país a menos que estuviesen autorizados a hacerlo, mientras que las autoridades israelíes alertaron a la población abriendo sus refugios, esperando un inminente ataque desde Siria. Después que Trump hiciera pública su medida respecto al PAIC, trascendió a los medios que desde Israel se bombardearon objetivos en Siria, en Kisweh, al sur de Damasco, destruyendo un arsenal de misiles que pertenecería a Hezbolá e Irán y causando la muerte de nueve combatientes iraníes. A esto siguió una represalia iraní, aparentemente a cargo del Mayor General de la Guardia Revolucionaria Qassem Soleimani: desde territorio sirio, 20 cohetes fueron dirigidos a Israel sin provocar daños, ni heridos, ni pérdidas humanas, pues cuatro fueron interceptados por el sistema de defensa Iron Dome (domo de hierro) y el resto impactaron en Siria.
El jueves 10 de mayo, Israel desplegó su ofensiva más extensa en territorio sirio, bombardeando centros de logística, arsenales de armamento y centros de inteligencia empleados por Irán junto a cinco baterías de defensa sirias producidas por Rusia: los modelos SA-22, SA-2, SA-5 y SA-17. El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con sede en Reino Unido, reportó que 23 combatientes fueron abatidos, siendo 18 de ellos extranjeros; el Ministerio de Defensa ruso, informado de estos ataques por Israel (el propio Netanyahu viajó a Rusia a entrevistarse con Putin para conversar sobre el futuro de la cooperación militar que mantienen en Siria y respecto a la cuestión de la presencia iraní en este país), hizo saber a los medios que Israel usó 28 aviones cazabombarderos, disparó 70 misiles y que Siria derribó al menos la mitad de ellos. Avigdor Lieberman, Ministro de Defensa israelí, expresó que toda la infraestructura iraní en Siria había sido destruida, y que su país no pretendía una escalada en la tensión con Irán sino evitar que éste convirtiera a Siria en una base desde la cual pudiera atacar a Israel.
Dado que los hechos aún se están desarrollado, más detalles sobre esto serán elaborados en futuras entradas, sin embargo, Hassan Rouhani, Presidente iraní, negó la responsabilidad de su gobierno detrás de los bombardeos que ocurrieron el 9 de mayo en el norte de Israel; Hossein Salami, segundo de la Guardia Revolucionaria iraní, manifestó que la resistencia, antes que la diplomacia, protegerían a su país.

Por su parte, Hassan Rouhani, se dirigió al país en un discurso televisado como reacción inmediata al anuncio de Trump, en el cual enfatizo el compromiso de su gobierno de respetar los acuerdos establecidos, destacando que esto era confirmado por la propia OIEA. Rouhani desdeñó la actitud de Trump y del gobierno israelí, que apoyó la medida, (refiriéndose a este último como “régimen sionista”) y expresó que esto reflejaba el carácter traicionero y poco confiable de los Estados Unidos ante sus “obligaciones internacionales” (como la que contrajo al firmar el acuerdo y su respectivo protocolo junto a la Resolucion 2231 de la ONU), del cual la Revolución (“hace 40 anos”) viene protegiendo al pueblo iraní. A su vez, el Presidente señaló que el Ministerio de Asuntos Exteriores había sido instruido para negociar la permanencia de Irán y de las restantes potencias en el acuerdo en las próximas semanas, mientras que su gobierno tomaría medidas económicas para hacer frente a las posibles repercusiones que implicaría el impacto de la salida de Estados Unidos.

Rouhani también manifestó que su país seguiría comprometido con el protocolo asumido en 2015, siempre y cuando asegurara los intereses del pueblo iraní, de lo contrario, indicó que instruirá a sus técnicos a reanudar el enriquecimiento de uranio. Sin embargo, prevaleció en la actitud del gobierno iraní su predisposición a sostener el acuerdo con el resto de los países firmantes, quienes a su vez, correspondieron esta posición, como lo examinaremos en nuestra próxima entrada.
Para cerrar, si la permanencia de Estados Unidos en el PAIC no constituía una herramienta lo suficientemente disuasiva para prevenir la escalada del conflicto entre actores con la capacidad bélica de Irán e Israel, dada la intensidad del antagonismo que han mantenido históricamente a un nivel más eminentemente simbólico o discursivo, la salida de un actor clave en un compromiso diplomático semejante puede verse, también, como un prospectivo factor que aminora dicha disuasión al respecto y compromete seriamente la seguridad regional: aún cuando el PAIC, como instrumento diplomático, apunta concisamente a la no proliferación en la producción de energía nuclear destinada a armamentos, y no a la intervención militar de los Estados comprometidos en el acuerdo en terceros países.
Comentarios